Tras conquistar al público avilesino el año pasado con un lleno absoluto, el Auditorio del Centro Niemeyer acogerá la representación de la zarzuela Carretera de Avilés: ‘El viaje’, la segunda parte de una triología escrita y dirigida por Béznar Arias.
‘Carretera de Avilés’ ha sido una de las canciones más notables del cancionero asturiano, y como tal, vuelve a convertirse en el centro de una trama de enamorados avilesinos, que hacen de su azarosa vida una historia de amor y de supervivencia durante una de las etapas más sombrías y a la vez más entusiastas de la vida de los avilesinos y asturianos, la emigración a Cuba.
El escenario del Auditorio del Centro Niemeyer se transforma de nuevo en un paseo por la céntrica Plaza de España y sus empedradas calles adyacentes, donde pintores, músicos y escritores locales escriben las más bellas líneas y estampas de esta Villa marinera, idílica, bucólica y alegre. La música y las canciones que han sobrepasado el tiempo, alzan la voz y se convierten en la seña de identidad de un pueblo.
En esta zarzuela donde confluyen la canción asturiana y la Lírica, la tonada y la danza asturiana, las voces corales, la dramaturgia, y la canción popular de Avilés, se va desgranando un repertorio entrañable, melancólico pero no triste, y a su vez alegre y “chigrero”.
El pueblo canta, baila, y las tradiciones musicales permanecen, inalterables al paso del tiempo, y mientras, la hambruna por las nefastas cosechas y los intentos por eludir el larguísimo servicio militar, agravado por los conflictos bélicos carlistas, coloniales y marroquíes, animaba fervientemente a los “cabeza de familia” a embarcar al primogénito de sus hijos y abandonar así la península, alejándose de la Asturias del alma. Ya desde principios de ese siglo, arriban barcos al puerto avilesino, también a Gijón y Ribadesella. Los bergantines se hacen con los deseados viajes a Cuba, y por un tiempo, muchos guajes de Avilés se vieron dentro del sollado, casi sin darse cuenta, sin pensarlo, incluso a costa de que sus padres empeñaran con el armador del barco, todos sus bienes, casería, ganado, y así pagar un billete de ida, con el corazón compungido de no saber si habría billete de vuelta.